Gerardo Diego, uno de los más brillantes exponentes de la llamada Generación del 27, nació en Santander en 1896. Con 24 años ya es catedrático de Literatura y su primer destino profesional le llevara a Soria. Corre el año 1920.
Llega para tomar posesión de su plaza ( al actual Instituto Antonio Machado ), y su aspecto frágil y semblante aliñado propician la primera anécdota.
Cuando llega el aula, la clase ya ha comenzado; intenta presentarse al profesor a quién debe sustituir y éste tomándolo por un alumno rezagado, le ordena silencio, al tiempo que le señala el último banco. Intenta protestar al nuevo catedrático, pero el viejo profesor no le permite explicarse y a Gerardo no le queda otro remedio que asistir como un alumno más de clase, desde la última fila .
Cuando llega el aula, la clase ya ha comenzado; intenta presentarse al profesor a quién debe sustituir y éste tomándolo por un alumno rezagado, le ordena silencio, al tiempo que le señala el último banco. Intenta protestar al nuevo catedrático, pero el viejo profesor no le permite explicarse y a Gerardo no le queda otro remedio que asistir como un alumno más de clase, desde la última fila .
De carácter alegre y extrovertido, pronto se hace popular en la tranquila Soria de los años 20. Gran interprete de piano, sus conciertos de fin de semana en el Casino Numancia aún son recordados. Organiza con varios jóvenes representaciones teatrales y establece una profunda amistad con los hermanos César y Benito del Riego, de Salduero.
Algún tiempo después, el poeta se traslada a está localidad para restablecerse de la operación de apéndice a la que ha sido sometido. Salduero, sus montes y paisajes y el “Duero niño...”, como él lo llamó, cautivan su alma y nos dejan bellos poemas que así lo demuestran.
El convaleciente, de naturaleza apasionada y enamoradiza, halla tiempo para galantear a la bella Pilar Peña, pero la acomodada familia de la moza no permite que el romance prospere, pues no creen que el joven profesor y poeta sea un buen partido para su hija.
Pasan los tres meses de convalecencia y Gerardo Diego vuele a Soria, que pronto abandonará definitivamente. Ira destinado primero a Gijón, luego a su Santander natal, y finalmente a Madrid, donde permanecerá hasta su muerte, acaecida en el año 1987.